La luna brillaba cuando decidí levantarme. No era una noche como las demás. Hacía un año que mi hermano había muerto. Consideré la idea de ir a dar un paseo por el parque, pero las calles de Manhattan estaban muy transitadas a esas horas, había olvidado lo que era vivir en la gran ciudad, aunque fuera en las afueras. Trasnochar estaba en la lista de las cosas que mas me desagradaba hacer; los oídos me pitaban y el estómago se me revolvía, aunque eso no era nada comparado con mi dolor de cabeza. Era insoportable. Mi mente se deslizaba a lugares insólitos donde la realidad se desvanecía por completo. Mi imaginación variaba según la intensidad del desvanecimiento y el vacío era lo único que habitaba allí. Algo tan insustancial no tenía por qué causar tanto malestar, podría compararse con meditación o algo similar, pero no lo era. Era desconocido, demasiado intenso para un cerebro humano. Todo a mi alrededor carecía de total sentido y el silencio en mi cabeza se multiplicaba por segundos. Los recovecos de mi conciencia luchaban gritando que nada era real, nada. Esto enloquecía a mi razón y daba paso a desdichadas preguntas sin coherencia alguna, preguntas sobre la funestidad de la muerte de un ser querido, preguntas sobre su paradero.
Decidí pues, quedarme toda la noche despierta. Cuando no podía dormir, solía ir a la habitación de mi hermano y coger alguno de sus libros. Esta vez me decanté por Juan Salvador Gaviota, de Richard Bach. Las limitaciones que nos ponemos nosotros mismos, y el camino que nos lleva a encontrarnos era uno de los temas principales del libro. Me sorprendió ver que gran parte del vocabulario empleado por mi hermano era un reflejo de lo que leía. ¿Acaso el se puso alguna meta? Nunca me di cuenta de ello, quizás debería haber prestado más interés en cuanto se refiere a sus aspiraciones, sueños...
Me arrepentí al instante de haber acabado el libro tan rápidamente, pues ya no tenía nada que pudiera evadirme de aquella intensa jaqueca. Fue entonces cuando localicé en uno de los estantes de la pared, un ahora polvoriento guardador de CD’s que le regalé para su decimonoveno cumpleaños. Nunca llegué a descubrir qué grupos de música le gustaban. Estaba en mis manos descubrirlo ahora, mejor tarde que nunca, me dije. Iba a coger un CD al azar cuando uno de ellos cayó al suelo. Avenged sevenfold. Cogí un viejo disman y unos auriculares y caí rendida en la cama. Primera canción: Afterlife, qué casualidad!, pensé. El grupo no era tan malo. Pude adivinar que el estilo era metalcore, pero a la vez las canciones eran muy melódicas, con inflexiones de voz inesperadas y lentitud repentina. Escuché varias veces el CD hasta que finalmente el cansancio me venció del todo.
Me desperté a la mañana siguiente con un día entero por delante. El sol aún no había salido y me extrañó levantarme temprano yo sola, habiendo dormido tan poco. A pesar de ello, me sentía descansada y tenía ganas de salir a la calle. Me puse un viejo chándal y unas zapatillas y salí a correr. Las calles estaban vacías, y el sol ya empezaba a asomarse tras las montañas. Me puse unos hasta ahora enredados auriculares y descarté dirigirme hacia el parque, pues ya lo tenía muy visto. Esta vez decidí escoger un camino más largo, un camino que me diera la oportunidad de correr sin que nadie me molestara. Me dirigí hacia la derecha. A unos diez metros, se podía ver como habían abandonado las obras de un “centro comercial”. Tan solo habían puesto unos pocos árboles y unos bancos que difícilmente podrían resultar útiles.
La soledad duró poco, el camino que escogí ya estaba frecuentado por alguien. Maldita sea, dije para mis adentros. Cuando me acerqué pude apreciar que se trataba de un joven de unos diecisiete años, alto y no demasiado robusto. Destacaba su cabello corto y castaño y unos ojos que, en la lejanía, parecían azules como el cielo. Me miró con una gran sonrisa y gentilmente se la devolví. Corrí hasta que estuve fatigada y enseguida tuve sed. Escudriñé a lo lejos una fuente que no parecía funcionar. Me acerqué para comprobarlo y vi al chico de antes.
- No funciona, murmuró.
- Ya veo, contesté apretando el botón. Suspiré.
- ¿Quieres un poco?, preguntó mostrándome una botella de agua. Sonrío.
- Sí, gracias.
Cuando llegué a casa, hice la comida, ya que mi madre no estaba por la labor. Cuando acabé me di cuenta de que faltaban demasiadas cosas, y me fui a comprar.
Llegó la noche, y llegaron las no-distracciones, las ganas de dejar la mente en blanco y no poder. Estaba demasiado cansada para leer y decidí tumbarme en la cama e intentar no pensar en nada. La memoria que tenía solía jugarme malas pasadas, pero en aquellos momentos hubiera sido la más feliz del mundo en olvidarlo todo por completo. Un escalofrío me recobraba de las inmensidades del paraíso, lugares cuya finalidad se basaba en equilibrar mi estado emocional para hacer que olvidara la muerte de mi hermano. Pero sólo por un segundo. El resto de la noche la magnitud de mis quebraderos de cabeza me hicieron volver a la fatal realidad.
Me gusta Avenged Sevenfold!!!
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